En las tardes de otoño mientras las hojas caían al suelo, el viento soplaba en la ventana y la lluvia golpeaba los cristales del comedor de la casa mi madre con una buena taza de chocolate bien calentito nos explicaba un cuento: «Los cinco cabritos».
Era una cabra que tenía cinco cabritos y se marchó a buscar comida al monte. Y dijo:
-Tened cuidado, no venga el lobo y os engañe.
Y llegó el lobo a la puerta: -Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre.
Y dicen: -No. Tú tienes la voz ronca; tú eres el lobo.
Y el lobo fue y se tomó unas yemas de huevo.
-Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre.
Y dicen: -Enseña la pata por debajo la puerta.
Y dicen: -No, porque nuestra madre tiene las patas blancas y las tuyas son negras.
Conque fue a una panadería y se untó todas las patas de harina, y llegó:
-Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre.
Y dicen: -No, que nuestra madre huele bien y tú hueles mal.
Y fue al monte, se restregó en una tomillera y entonces fue cuando les engañó. Le abrieron las puertas y, ¡aum, aum!, se comió a todos menos al pequeñín, que se metió en la leñera.
Cuando llegó la madre del monte no encontró a ninguno, pero ya salió el pequeño y le contó todo.
Fueron al río donde estaba durmiendo el lobo, cogieron unas tijeras y le abrieron la panza y salieron los cuatro cabritos bailando.
Y, colorín, colorao, este cuento se ha acabao.
Biografia: Érase que se era